Un enfoque diferente y espiritual

 

 

Por una parte, nosotros en comparación con el universo somos seres que estamos involucrados más en nuestro día a día que en la inmensidad de la creación, por lo tanto, comparativamente nuestras actividades y niveles de control son de una escala muy diferente a la de la totalidad cósmica.

Desde otro ángulo, como parte de una Inteligencia innegable e ilimitada, nuestra meta evolutiva está en caer en cuenta de nuestra unión con el todo: reconocer que no existe "alguien más" y que, por lo tanto, cualquier acto o acción que pensamos que estamos realizando para “otro”, de una forma muy profunda y real, la estamos haciendo para un aspecto universal de nosotros mismos.

De esta misma forma todo en la tierra cumple su trabajo de manera perfecta y muy bella – el yin y el yang se mantiene a lo largo y ancho de la realidad; los animales aéreos, terrestres y acuáticos, las frutas y flores, todos se reproducen y nutren al mismo tiempo el ecosistema en un ciclo interminable evolutivo. Igualmente, la humanidad tiene un dharma y un karma. Y así, uno también podría argumentar que el dharma es algo que en la actualidad es totalmente necesario para poder regresar a la armonía interior y exterior de los seres y las cosas de este mundo.

El objetivo por lo tanto es muy claro: no podemos caer en la indiferencia. A sabiendas de que un estado de conciencia colectivo armonioso no se puede crear desde afuera, sino que por el contrario debe crearse primero interiormente, ya que es una tarea individual impregnar de amor cada molécula, célula y átomo propio y cultivar así un estado de consciencia que proyecte el amor puro universal y verdadero. Todos nuestros intentos dirigidos al sostenimiento de la equidad, por muy bien intencionados que estos puedan llegar a ser, deben enfrentar obstáculos y desafíos para poder llegar a llevar a la humanidad en su totalidad a ser consciente de que realmente somos uno con el universo y por lo tanto somos seres con un potencial infinito para hacer realidad los deseos más profundos que se albergan en nuestros corazones.

Esta es entonces una de las metas que tenemos nosotros en esta era, concientizarnos y ratificarnos como una civilización que está en pro del amor universal e incondicional ya que somos hijas e hijos de la fuente infinita de todo lo que “es”.

Nuestra verdadera naturaleza es una en la cual vivir en constante armonía, felicidad y realización es algo que sucede sin esfuerzo alguno ya que se manifiesta directamente desde nuestro espíritu poderoso y perfecto, el cual no conoce límite alguno.

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